martes, 29 de abril de 2008

Con que te habías deshecho de la cabeza, ¿eh?... Con que la planta química… Y ese rollo del charquito y la disolución…

¿Me quieres decir entonces por qué le hablaste a Mackenzie de una cabeza que habías perdido? ¿No será la misma que he encontrado entre los bártulos de Lionel, donde guarda su batería?

King, ¿qué voy a hacer contigo? Dime…

Y me cuentas que no te fue fácil deshacerte de la cabeza. ¡A mí si que me ha costado deshacerme del cuerpo, en un grado que ni te imaginas!

Para empezar no encontraba el lugar adecuado para prenderle fuego al maldito coche. Y de tanto buscar un sitio oculto para llevarlo a cabo, mira por donde doy con un recodo apartado del río donde estaba el cadáver que la poli andaba buscando desde hacía una semana. Sabía por las noticias que se trataba de la víctima de un ajuste de cuentas entre mafias locales. Un confidente mencionó que lo habían liquidado con un tiro en la nuca, y que luego se lo llevaron no sabía a donde. Pues ahí estaba el “donde”. El impacto por encima del cuello aún era visible. No podía ser otro.

Primero pensé que tenía mala suerte y luego, muy rápido, pensé lo contrario. Es decir, que la providencia había puesto ese fiambre en mi camino. Porque si mezclaba mi cadáver descabezado con el nuevo, tal vez lograse cargarle el muerto al crimen organizado y nadie se le ocurriría asociarlo con la desaparición de Karl. De manera que puse manos a la obra y entre arcadas y vómitos trasladé, como mejor pude, el segundo cadáver al interior del coche. Antes había tenido la precaución de llenar el depósito, además de comprar algunos bidones de gasolina, no muy grandes, en diferentes gasolineras a más de cien millas de Austin. Y todo ello para que nadie pudiera sospechar al verme cargar tanto combustible. Lo demás, ya te lo imaginas: un trapo asomando en el depósito y una cerilla…

¿Qué paso después? El puñetero Lionel me hizo acompañarle para presentar una denuncia a la policía. No pude negarme porque habría sospechado más. (Por cierto, ve con cuidado si se acercan por casa de Constance. Tú diles que has estado todo el tiempo con tu prima y que ni conoces a Karl, ni sabes donde está).

Como te decía, Lionel intentó que la policía pensara que yo sabía algo. Tuve que discurrir rápido, y recordé el pasado de Karl con el tráfico de órganos. Ya te conté sobre ello tiempo atrás. Total que me hice el remolón pero al final lo solté. Un agente miró en la base de datos y, en efecto, allí figuraba nuestro Karl con su condena a varios años a la sombra. Lionel se quedó de piedra. No sabía nada, y eso a pesar del grado de confianza que tenía con Karl. Pero Karl me lo había confesado una noche de borrachera y yo sé guardar bien un secreto.

Insinué al agente mis sospechas de que Karl no hubiera cortado del todo sus lazos con la delincuencia, pero le rogué que fuera discreto. No quería que saltara un escándalo ahora que nuestro grupo empezaba a hacerse un nombre en los círculos de jazz. El agente lo prometió y añadió que asignarían el caso a un oficial para que investigara esa pista junto con otras.

¿Por qué no me lo dijiste antes?, me preguntó Lionel al salir de comisaría. ¿Habrías aceptado a Karl en el grupo de haberlo sabido?, pregunté a mi vez. Lionel se calló. Creó que con eso conseguí desviar sus recelos. Pero después me preguntó cuanto tiempo estaría el coche en el taller y me di cuenta de que mi martirio no había acabado.

Verás, para presentar la denuncia tuvimos que ir andando y Lionel no entendía porque. Como comprenderás no podía decirle lo que acababa de hacer con el coche así que le metí una bola. Le conté que lo había dejado en un taller para que le hicieran unos arreglos. Era una excusa temporal pero… ¿cuánto de temporal? Hasta que descubrieran el coche calcinado con los dos cadáveres lógicamente. Porque si luego el Chevrolet no aparecía, ¿qué le costaría a Lionel asociar ambos hechos?

Pues nada más despedirme de él, en lugar de regresar al hotel, tuve que subir a un autocar para trasladarme hasta la frontera. Toda la noche venga millas para llegar Oklahoma. Y en Oklahoma el día entero mirando ferias y concesionarios de coches de segunda mano. ¿Por qué? Porque quería engañar a Lionel. Hacerle creer que todavía conservaba el viejo Chevrolet y para conseguirlo debía encontrar el mismo modelo para convencerle de que se trataba del mismo. ¿Y por qué tan lejos? Por precaución. Fuera de la jurisdicción de Texas sería más difícil que la poli pudiera seguirle el rastro al “nuevo” Chevrolet si uno de sus sabuesos se proponía hilar fino atando cabos.

No tuve suerte. Encontré dos viejos cacharros muy ruinosos que no me servían. Tuve que prolongar mi búsqueda hasta Arkansas. Otro día más hasta que finalmente di con uno más nuevo por un precio abusivo. El color era distinto, pero por dentro era casi idéntico al mío, salvo el salpicadero. Pagué al contado y me lo llevé a un taller para que el chapista lo pintase del color correcto.

Después, millas con él para estar de vuelta lo antes posible y que Lionel no notase demasiado mi ausencia. Por el camino le cambié la matrícula. Era lo único que rescaté de mi viejo Chevrolet junto con los papeles. Los nuevos, que había rellenado a nombre de Karl, los destruí y la matrícula nueva la enterré en algún lugar de la frontera con Texas.


Total, tres días en que casi no dormí. Y encima tuve que hacerle creer a Lionel que había empleado ese tiempo yéndome de putas para averiguar si alguna de ellas había estado con Karl las últimas horas. Al menos, se tragó el bulo del coche. Le expliqué que le había cambiado el salpicadero y me aseguró que él nunca habría tirado el dinero en arreglar ese trasto. Es que le tengo cariño, mentí.

Así que ya ves. Y por si fuera poco ahora tu cabeza… o la de Karl, me da igual. Por la mía sale humo ya de tanto pensar. A ver que me invento ahora…

Buddy

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